No hace mucho, estuve trabajando
con un niño de diez años, quien su respuesta preferida, cuando alguien le
preguntaba por algo que había pasado y temía una consecuencia negativa, era “ha
sido el niño de la calle”. Y por más que se le decía que en la calle no había
ningún niño responsable del comportamiento referido, nadie ‘le sacaba de ahí’.
Ésta no es una respuesta
exclusiva de niños, que se quieren librar de las consecuencias de sus actos,
los adultos también utilizamos este lenguaje.
Hablamos del llamado “locus de control”, término acuñado a
partir de la teoría del aprendizaje social en los años sesenta. Se refiere a la
responsabilidad que asumimos por las consecuencias de nuestras acciones, si lo
atribuimos al azar o al esfuerzo. Por otra parte, también se refiere a las
expectativas que tenemos sobre las posibilidades de éxito o fracaso cuando
vamos a hacer algo.
Las personas con locus de control
interno creen que son ellos mismos responsables de sus acciones y además
piensan que existe una alta probabilidad de lo que van a hacer les va a salir
bien. Estas personas valoran positivamente el esfuerzo. En el locus de control
externo todo depende del azar. Es decir, es el grado en que una persona percibe
que el origen de experiencias y de su propio comportamiento es interno o
externo a él y determina el control del rumbo de su vida y los acontecimientos
que influyen en ella.
Así que, ¿tú, a quién echas la culpa…?
“Errar
es de humanos, pero echarle la culpa a los demás es más humano todavía” .
Charles Chaplin
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