Para mi hijo quiero lo mejor independientemente del esfuerzo que eso suponga.
¿Qué un día se niega a comer después de haber estado toda la mañana metida en la cocina? No me voy a empeñar en que haga cosas que no son de su agrado poniendo en juego su cariño y felicidad ¡faltaría más!
Con lo fácil que es retirar el plato y preparar en un segundo cualquier tontería de esas que tanto le gustan antes de que empiece a sollozar y patalear en la mesa.
Además ¿por qué no acostumbrarnos a preguntarle con antelación qué menú le apetece para ese día?.
De esta manera tan sencilla he conseguido saber perfectamente qué comidas son sus favoritas. Es más, gracias a este conocimiento mi hijo sólo come aquello que le gusta.
Por fin tengo un hijo que sabe lo que quiere y que rechaza el resto con determinación; que valora mis comidas hasta el punto de repudiar el menú escolar o cualquier otro plato que no haya pasado por mis manos. Un hijo, en fin, para toda la vida…¡ y tan agradecido!, porque hay que ver con qué carita me mira mientras da buena cuenta a la fuente de patatas o a las hamburguesas ( llena de churretones, sí, pero verdaderamente angelical).
Es una pena que en el colegio insistan en echar por tierra esta dura labor.
Tenía que poner remedio a esta situación que empezaba a producir efectos devastadores en mi pequeño, ¡un poco más y termina comiendo cualquier cosa la criatura!. Así que ni corta ni perezosa decidí enviar una nota al director del centro en la que aparecían convenientemente señaladas aquellas comidas que mi hijo rechaza, pidiéndole amablemente que no insistieran, bajo mi responsabilidad, en hacérselas comer, puesto que este hecho producía efectos indeseables en él.
Así de fácil ha sido superar el trauma que el pobre tenía con el comedor escolar, y al mismo tiempo he logrado que coma sólo lo que quiera, como quiera y donde quiera, porque para eso tiene su propia personalidad y tiene que aprender a desarrollarla.
Se acabó el estilo de educación impersonal y generalizado del colegio. Mi hijo, cada día, tiene más carácter y es capaz de tomar sus propias decisiones sin importarle lo que digan los profesores y cuidadores del comedor, ¡qué sabrán ellos de sus gustos!.
Ojalá comprendiéramos de una vez por todas que los niños son como los clientes: siempre tienen razón y es importante tenerles satisfechos.
¿Cómo vamos a imponerles, tal como desean muchos padres, que coman verdura y pescado (si es posible sin protestar, por supuesto), si a lo mejor lo que de verdad les apetece son macarrones y salchichas?. Y ya puestos a pedir, ¿qué tal si les imponemos también un horario?. Algo así como programarles para que coman siempre a la misma hora. ¡Qué barbaridad!, en vez de hijos parece que tenemos soldaditos en casa.
Mira que nos empeñamos en machacarles la personalidad por culpa de algún complejo raro que tuvimos en la infancia y, claro, luego vienen los disgustos y lamentaciones: “que si es un desagradecido y no se da cuenta que todo lo hago por su bien”,”que si no come nada sólo por llevarme la contraria y fastidiar”, etc. etc.
Cómo hemos olvidado que a estas edades es fundamental colmarles de atenciones y caprichos y someternos sin miedo a su voluntad con el fin de que crezcan sin traumas, sintiéndose queridos y con la absoluta convicción de que en casa o en cualquier otro sitio, ellos son lo primero y sus órdenes son deseos para nosotros.
La única manera de conseguir esto es poniéndonos a su servicio, que para eso los hemos tenido ¿o no?.
Sólo así haremos posible que, por ejemplo, cuando vaya a comer a casa de algún familiar o amigo tenga la seguridad suficiente, primero, para decir sin ruborizarse que esa comida es una porquería que no piensa comer de ninguna forma y, segundo, de actuar coherentemente; es decir, de no probar ni un bocado se pongan como se pongan los demás. ¿No es maravilloso tener un hijo con las ideas tan claras y con tanto derroche de personalidad con tan sólo siete años?.
Estoy segura de que este chico llegará muy lejos, y no lo digo por presumir, pero no me extraña porque para eso lo hemos educado a conciencia. Es sencillo, el truco está en tener un poco de vista para saber aprovechar las ocasiones. Sin ir más lejos, el otro día deduje que le encantaban las croquetas cuando le vi devorarlas con los carrillos completamente hinchados, las manos pringosillas y una cara de satisfacción que…¡vamos! daba gusto verle comer así.
Entonces se me ocurrió una estrategia genial que consistía básicamente en alimentarle a base de croquetas, ¿por qué no?. Es la solución perfecta porque de este modo come disfrutando, rápido, bien y sin necesidad de estar encima suyo constantemente. Bueno, hay que vigilarle un poco para que nos deje alguna a los demás, pero por lo demás sigue siendo genial.
Lo de menos es que ahora no pueda ver croquetas ni en pintura, porque siempre surge algo nuevo de lo que se encapricha y entonces basta con volver a repetir todo el proceso desde el principio y ya está, todos tan contentos.
Si es que me encanta verle feliz, tal vez por eso soy incapaz de negarle algún que otro bollo o chuchería que se le antoja, ¡disfruta tanto con este tipo de cosas que además sirven para quitarle el hambre!. Hombre, luego le perdono la mitad de la comida no vaya a ser que se empache mi chiquitín.
Pero sin lugar a dudas, lo mejor de todo es que le hemos enseñado a jugar mientras come, ¡es divertidísimo!. Le perseguimos corriendo por toda la casa, cuchara en mano, como si fuéramos policías y ladrones y cuando por fin le alcanzamos, ¡zas! se lo tiene que tragar. Y así una y otra vez hasta que termina con todo ¡le da una pena!.
Otras veces, especialmente si estamos en baja forma, nos limitamos a decirle alguna tontería o a hacer muecas raras para que se distraiga. Ponerle su programa de televisión favorito también suele funcionar.
Normalmente está tan entretenido que yo creo que ni siquiera es consciente de lo que hace, así que tenemos que llevarle nosotros la comida a la boca, ya tendrá tiempo para aprender a usar los cubiertos cuando sea más grande.
De momento creo que podemos sentirnos orgullosos de lo que hemos logrado con nuestro hijo hasta ahora…¡y ha sido sencillísimo!. Me pregunto qué problemas tendrán los demás para enseñarles a comer.
¿Qué un día se niega a comer después de haber estado toda la mañana metida en la cocina? No me voy a empeñar en que haga cosas que no son de su agrado poniendo en juego su cariño y felicidad ¡faltaría más!
Con lo fácil que es retirar el plato y preparar en un segundo cualquier tontería de esas que tanto le gustan antes de que empiece a sollozar y patalear en la mesa.
Además ¿por qué no acostumbrarnos a preguntarle con antelación qué menú le apetece para ese día?.
De esta manera tan sencilla he conseguido saber perfectamente qué comidas son sus favoritas. Es más, gracias a este conocimiento mi hijo sólo come aquello que le gusta.
Por fin tengo un hijo que sabe lo que quiere y que rechaza el resto con determinación; que valora mis comidas hasta el punto de repudiar el menú escolar o cualquier otro plato que no haya pasado por mis manos. Un hijo, en fin, para toda la vida…¡ y tan agradecido!, porque hay que ver con qué carita me mira mientras da buena cuenta a la fuente de patatas o a las hamburguesas ( llena de churretones, sí, pero verdaderamente angelical).
Es una pena que en el colegio insistan en echar por tierra esta dura labor.
Tenía que poner remedio a esta situación que empezaba a producir efectos devastadores en mi pequeño, ¡un poco más y termina comiendo cualquier cosa la criatura!. Así que ni corta ni perezosa decidí enviar una nota al director del centro en la que aparecían convenientemente señaladas aquellas comidas que mi hijo rechaza, pidiéndole amablemente que no insistieran, bajo mi responsabilidad, en hacérselas comer, puesto que este hecho producía efectos indeseables en él.
Así de fácil ha sido superar el trauma que el pobre tenía con el comedor escolar, y al mismo tiempo he logrado que coma sólo lo que quiera, como quiera y donde quiera, porque para eso tiene su propia personalidad y tiene que aprender a desarrollarla.
Se acabó el estilo de educación impersonal y generalizado del colegio. Mi hijo, cada día, tiene más carácter y es capaz de tomar sus propias decisiones sin importarle lo que digan los profesores y cuidadores del comedor, ¡qué sabrán ellos de sus gustos!.
Ojalá comprendiéramos de una vez por todas que los niños son como los clientes: siempre tienen razón y es importante tenerles satisfechos.
¿Cómo vamos a imponerles, tal como desean muchos padres, que coman verdura y pescado (si es posible sin protestar, por supuesto), si a lo mejor lo que de verdad les apetece son macarrones y salchichas?. Y ya puestos a pedir, ¿qué tal si les imponemos también un horario?. Algo así como programarles para que coman siempre a la misma hora. ¡Qué barbaridad!, en vez de hijos parece que tenemos soldaditos en casa.
Mira que nos empeñamos en machacarles la personalidad por culpa de algún complejo raro que tuvimos en la infancia y, claro, luego vienen los disgustos y lamentaciones: “que si es un desagradecido y no se da cuenta que todo lo hago por su bien”,”que si no come nada sólo por llevarme la contraria y fastidiar”, etc. etc.
Cómo hemos olvidado que a estas edades es fundamental colmarles de atenciones y caprichos y someternos sin miedo a su voluntad con el fin de que crezcan sin traumas, sintiéndose queridos y con la absoluta convicción de que en casa o en cualquier otro sitio, ellos son lo primero y sus órdenes son deseos para nosotros.
La única manera de conseguir esto es poniéndonos a su servicio, que para eso los hemos tenido ¿o no?.
Sólo así haremos posible que, por ejemplo, cuando vaya a comer a casa de algún familiar o amigo tenga la seguridad suficiente, primero, para decir sin ruborizarse que esa comida es una porquería que no piensa comer de ninguna forma y, segundo, de actuar coherentemente; es decir, de no probar ni un bocado se pongan como se pongan los demás. ¿No es maravilloso tener un hijo con las ideas tan claras y con tanto derroche de personalidad con tan sólo siete años?.
Estoy segura de que este chico llegará muy lejos, y no lo digo por presumir, pero no me extraña porque para eso lo hemos educado a conciencia. Es sencillo, el truco está en tener un poco de vista para saber aprovechar las ocasiones. Sin ir más lejos, el otro día deduje que le encantaban las croquetas cuando le vi devorarlas con los carrillos completamente hinchados, las manos pringosillas y una cara de satisfacción que…¡vamos! daba gusto verle comer así.
Entonces se me ocurrió una estrategia genial que consistía básicamente en alimentarle a base de croquetas, ¿por qué no?. Es la solución perfecta porque de este modo come disfrutando, rápido, bien y sin necesidad de estar encima suyo constantemente. Bueno, hay que vigilarle un poco para que nos deje alguna a los demás, pero por lo demás sigue siendo genial.
Lo de menos es que ahora no pueda ver croquetas ni en pintura, porque siempre surge algo nuevo de lo que se encapricha y entonces basta con volver a repetir todo el proceso desde el principio y ya está, todos tan contentos.
Si es que me encanta verle feliz, tal vez por eso soy incapaz de negarle algún que otro bollo o chuchería que se le antoja, ¡disfruta tanto con este tipo de cosas que además sirven para quitarle el hambre!. Hombre, luego le perdono la mitad de la comida no vaya a ser que se empache mi chiquitín.
Pero sin lugar a dudas, lo mejor de todo es que le hemos enseñado a jugar mientras come, ¡es divertidísimo!. Le perseguimos corriendo por toda la casa, cuchara en mano, como si fuéramos policías y ladrones y cuando por fin le alcanzamos, ¡zas! se lo tiene que tragar. Y así una y otra vez hasta que termina con todo ¡le da una pena!.
Otras veces, especialmente si estamos en baja forma, nos limitamos a decirle alguna tontería o a hacer muecas raras para que se distraiga. Ponerle su programa de televisión favorito también suele funcionar.
Normalmente está tan entretenido que yo creo que ni siquiera es consciente de lo que hace, así que tenemos que llevarle nosotros la comida a la boca, ya tendrá tiempo para aprender a usar los cubiertos cuando sea más grande.
De momento creo que podemos sentirnos orgullosos de lo que hemos logrado con nuestro hijo hasta ahora…¡y ha sido sencillísimo!. Me pregunto qué problemas tendrán los demás para enseñarles a comer.