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lunes, 28 de junio de 2010
LA FÁBULA DE LA OSTRA Y EL PEZ: Una metáfora de la comunicación
Un pez que habitaba las aguas de un fondo marino quedó prendado de una ostra por la belleza de su comportamiento. Movía las valvas de una manera tan suave y armoniosa que suscitaba admiración y deseos de acercarse y conocerla. Así le ocurrió al pez, pero sus deseos eran tan intensos e irrefrenables que se acercó de una manera impulsiva. La ostra se asustó y reaccionó cerrándose al instante. El pez quedó sorprendido ya que no pretendía hacerla daño alguno. La rogó que abriera sus valvas, la imploró mil veces e intentó de mil maneras de abrirla pero todas terminaron en fracaso: la ostra más y más intensamente se cerraba. El pez buscó ayuda y consejo en otros peces del lugar que tenían experiencia en abrir ostras. Estos le ayudaron a comprender que el acercarse de una manera brusca y sin miramientos, aunque sus intenciones fueran buenas, produce tanto miedo en las ostras que se cierran de manera refleja. Y si además, trata de imponer su presencia y llega a forzarlas para que se abran, estas llegan a cerrarse tan intensamente que no hay nadie que llegue a abrirlas. Las ostras son seres tan sensibles y orgullosos de su intimidad que no consienten comunicarse con nadie si ellas previamente no lo deciden. Le aconsejaron que no les imponga su presencia, que se acerque a ellas de una manera suave, que intente conocerlas escuchando y observando el movimiento de sus valvas, que trate de imitar sus movimientos y sus reacciones hasta suscitar en ellas el deseo de comunicarse con él. Si lograba que las ostras se sintieran libres para decidir por sí mismas si conversar con él o no, habría logrado lo más difícil, y lo más útil también para que las ostras compartieran sin temor alguno sus bellezas e intimidades. El pez puso en práctica estos consejos y consiguió al final disfrutar de la belleza y compañía de las ostras.
Si se desea una recreación más extensa de esta fábula puede consultar en Costa y López (1996).
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