Hace poco releí unas palabras de
la cantante Concha Buika : “La felicidad
no se alcanza, siempre se tiene. Otra cosa es que quieras disfrutar de ella. No
es algo que está fuera de nosotros. Te miras al espejo y ¿te parece poco el
paraíso que tienes delante? ¿A qué otro paraíso quieres ir? Nos darían igual
muchas cosas si no fuera porque nos obligan a sufrir. La vida de uno, ya cansa
lo suficiente como para tener que echarte a la espalda la vida de otra persona.
Voy a casarme conmigo misma, jurarme los votos a mi misma. Con una ceremonia
estupenda voy a jurarme que en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en
la riqueza voy a respetarme y amarme”.
Últimamente nos encontramos en un
considerable número de casos personas que nos consultan porque se sienten
culpables de haber tomado una decisión, de haber tenido un comportamiento
concreto o incluso de haber tenido un pensamiento en un momento dado. Suelen
ser personas responsables, con una vida ‘controlada’ y se describen como
“buenas personas”, pero se sienten muy poco libres.
¿Por qué pesa tanto la culpa? La
culpa es uno de los recursos que utiliza la sociedad como medio de control y
condicionamiento. Nuestro aprendizaje, experiencias, hábitos y estructuras
mentales matizan nuestra percepción de la realidad, y desde ellos, percibimos,
objetiva o distorsionadamente, la forma cómo nos relacionamos con los demás, y
la culpa aquí juega un papel importante de ‘intermediación’.
Así que Doña Culpa muchas veces se
disfraza de Responsabilidad y nos impone obligaciones, impidiéndonos, a su vez,
tomar decisiones que nos permiten crecer y avanzar. El ser humano va eligiendo
su camino en la vida, y sería bueno que nuestra primera responsabilidad fuera
con nuestro bienestar, es difícil dar lo que uno no tiene.
Por todo ello, como sigue
diciendo Concha Buika: “La palabra culpa:
¡Fuera del diccionario! Ha de ser abandonada de todo código personal interno.
La culpa es lo más absurdo del mundo. La culpa es para vagos. Lo que hay que
hacer es reconstruir y con alegría”.