Una tarde, como otra cualquiera, iba
en metro al encuentro con mi actividad profesional, que en este caso era un
seminario de desarrollo del liderazgo para una veintena de inteligentes y
magníficos estudiantes. Sentado, reflexionando, cuando vi entrar a un niño de
unos 8-9 años, rápido, alegre y se sentó en el asiento libre a mi lado, detrás
venia su madre que le pedía que no corriera, mientras hacia una especie de
malabarismo con las cosas que llevaba, que según pude ver, era una mochila
pequeña, su bolso, una mochila grande que era del niño, un patinete, una
cazadora, también del niño y la suya, era un día frio y lluvioso. Se sentó en
el asiento libre al lado del niño. Intente seguir en mis cavilaciones, pero no
pude dejar de mirar la escena que sucedía a mi lado, la madre, abrió la pequeña
mochila, sacó un bocadillo envuelto en papel de aluminio, lo abrió, más bien lo
peló como si fuera un plátano y acercándoselo a la boca del niño, le dijo:
“muerde”, muy obediente él lo hizo. Esta operación se repitió unas cuantas
veces hasta que no hubo nada más que morder.
Cuando la madre me miró orgullosa de su retoño, en uno de los intervalos, mientras el sujeto masticaba, no pude evitarlo, y le dije: “que niño tan simpático, parece inteligente, lástima que sea manco”, me miró y a continuación, a modo de disculpa dijo, es que tiene las manos muy sucias, obviamente hice una sonrisa de comprensión y entendimiento. Era evidente, que con la cantidad de aluminio rodeando el bocadillo, ese no era el tema. Después, la madre sacó de su mochilita, una botellita del tipo yogur líquido, que tiene una argolla, de la que hay que tirar para abrir. La madre, sin abrirla se la dio al niño, quien inmediatamente se la devolvió, la madre persistió y el chico también. Como llegaba a mi destino, salí del vagón y me fui haciéndome la pregunta: al final quién abrirá el frasquito plástico de la bebida. En clase conté mis alumnos la experiencia y les plantee mi duda, de manera automática, casi todos respondieron: “la madre”. Bien hasta aquí la anécdota, la preocupación de una madre para que su retoño se alimente.
Lo importante es saber porqué una madre, al parecer responsable e inteligente, no es capaz de comprender, que mucho más importante que merendar urgentemente, es conseguir independencia y autonomía, hacer de su hijo un ser humano responsable y autónomo. ¿Qué presiones culturales, sociales, familiares, influyen sobe ella?, para que cambie el fundamento de su rol de madre, por el de – al servicio de…- ya que con el tiempo, y cuando ese niño crezca pueda llegar a convertirse en un tirano de la familia. Estará entrenado a recibir y no habrá aprendido a dar, a esforzarse y sobre todo a no esperar. Tu hambre y mi preocupación no pueden esperar, buscamos resultados a muy corto plazo. Lástima que la vida no funciona así. Y quizás ahí está una de las muchas claves del fracaso, no sólo escolar.
El centro de su universo será él y se sorprenderá que le exijan, que tenga que esforzarse, y ya no digo sacrificarse. Eso no habrá entrado nunca en su programa educativo.
Qué hay en nuestra cultura que hace que aquello que deseamos, soñamos y buscamos, como es tener un hijo, termine siendo, se pueda transformar, algunas veces en un castigo, una carga o simplemente una penosa responsabilidad.
Me imagino que es importante cambiar de paradigma, quizás debe uno hacer la pregunta: ¿qué tipo de persona quiero ayudar a conseguir?, ¿qué tipo de ser humano me gustaría que fuese?.
‘Pelarle’ el bocadillo, parece una tontería y lo es, no tiene mayor importancia, si solo fuera eso, pero, si a eso siguen otras situaciones de aprendizaje, donde el esfuerzo no está presente, entonces el asunto es relevante, y cambiarlo es un tema urgente. Entre más tiempo el “retoño” reciba los beneficios de “ser manco”, le será más difícil comprender y aceptar salir de la zona de comodidad. Sabemos que se lucha con todas la fuerzas para que nada cambie, ya que así está todo bien. Y cuando todo se le complica, queremos que “deje de ser manco” mediante enfados, castigos o cualquier otro medio que creemos que puede ayudar a cambiar la situación y la cosa se complica mucho.
Parece que es mejor, más barato, en términos de energía, cariño y dolor, crear desde el principio, comportamientos asociados al esfuerzo, sacrificio y entrega, que ciertamente les preparará para enfrentar cualquier situación futura, con éxito.
Cuando la madre me miró orgullosa de su retoño, en uno de los intervalos, mientras el sujeto masticaba, no pude evitarlo, y le dije: “que niño tan simpático, parece inteligente, lástima que sea manco”, me miró y a continuación, a modo de disculpa dijo, es que tiene las manos muy sucias, obviamente hice una sonrisa de comprensión y entendimiento. Era evidente, que con la cantidad de aluminio rodeando el bocadillo, ese no era el tema. Después, la madre sacó de su mochilita, una botellita del tipo yogur líquido, que tiene una argolla, de la que hay que tirar para abrir. La madre, sin abrirla se la dio al niño, quien inmediatamente se la devolvió, la madre persistió y el chico también. Como llegaba a mi destino, salí del vagón y me fui haciéndome la pregunta: al final quién abrirá el frasquito plástico de la bebida. En clase conté mis alumnos la experiencia y les plantee mi duda, de manera automática, casi todos respondieron: “la madre”. Bien hasta aquí la anécdota, la preocupación de una madre para que su retoño se alimente.
Lo importante es saber porqué una madre, al parecer responsable e inteligente, no es capaz de comprender, que mucho más importante que merendar urgentemente, es conseguir independencia y autonomía, hacer de su hijo un ser humano responsable y autónomo. ¿Qué presiones culturales, sociales, familiares, influyen sobe ella?, para que cambie el fundamento de su rol de madre, por el de – al servicio de…- ya que con el tiempo, y cuando ese niño crezca pueda llegar a convertirse en un tirano de la familia. Estará entrenado a recibir y no habrá aprendido a dar, a esforzarse y sobre todo a no esperar. Tu hambre y mi preocupación no pueden esperar, buscamos resultados a muy corto plazo. Lástima que la vida no funciona así. Y quizás ahí está una de las muchas claves del fracaso, no sólo escolar.
El centro de su universo será él y se sorprenderá que le exijan, que tenga que esforzarse, y ya no digo sacrificarse. Eso no habrá entrado nunca en su programa educativo.
Qué hay en nuestra cultura que hace que aquello que deseamos, soñamos y buscamos, como es tener un hijo, termine siendo, se pueda transformar, algunas veces en un castigo, una carga o simplemente una penosa responsabilidad.
Me imagino que es importante cambiar de paradigma, quizás debe uno hacer la pregunta: ¿qué tipo de persona quiero ayudar a conseguir?, ¿qué tipo de ser humano me gustaría que fuese?.
‘Pelarle’ el bocadillo, parece una tontería y lo es, no tiene mayor importancia, si solo fuera eso, pero, si a eso siguen otras situaciones de aprendizaje, donde el esfuerzo no está presente, entonces el asunto es relevante, y cambiarlo es un tema urgente. Entre más tiempo el “retoño” reciba los beneficios de “ser manco”, le será más difícil comprender y aceptar salir de la zona de comodidad. Sabemos que se lucha con todas la fuerzas para que nada cambie, ya que así está todo bien. Y cuando todo se le complica, queremos que “deje de ser manco” mediante enfados, castigos o cualquier otro medio que creemos que puede ayudar a cambiar la situación y la cosa se complica mucho.
Parece que es mejor, más barato, en términos de energía, cariño y dolor, crear desde el principio, comportamientos asociados al esfuerzo, sacrificio y entrega, que ciertamente les preparará para enfrentar cualquier situación futura, con éxito.