Los padres vienen desesperados,
su hijo de 11 años hace casi un mes que no va al colegio. Según él, un día lo
pasó mal por no ir al baño y ya no quiere ir más a clase. Lo han intentado
“todo”, pero el niño se niega en redondo y no hay manera.
Cuando profundizamos, vemos
claramente que desde siempre, el chico ha ido ‘por delante de sus padres’. Él
toma las decisiones, ha aprendido a ‘negociar’ con ellos y al final se sale con
la suya. Se convierte en una cuestión de ganar o perder.
Así, ha aprendido a evitar
situaciones que le causan desagrado, como montar en ascensor; cuando juega al fútbol y está cansado, hace
que se lesiona y así salir del partido para poder descansar; y al final hasta
no ir al colegio. Esto va causando una pérdida de seguridad y autoestima, que
provoca continuar evitando y escapando y no enfrentar situaciones que requieren
un esfuerzo, pero que a su vez permiten desarrollar competencias y habilidades
necesarias, sobre todo en un niño de su edad.
Las cosas no pasan de un día para
otro sin más, son resultado de un proceso, a veces muy largo, en el que se van
sentando las bases de una interrelación y aprendizaje, adaptativos o no. Si a
un niño no le marcamos un mínimo de señales e hitos para que vaya por un camino
de desarrollo personal, él va a elegir su propia senda y va a ser la más
cómoda, pero no la mejor.
Por eso, si le dejamos el poder a él, nos perjudicará a todos, y todos perderemos.