Un filósofo se encontraba de peregrinaje y observa a un hombre muy cansado que está picando
piedras, le pregunta: “¿qué está haciendo señor?”. “Acaso no ve, pico piedras;
es duro, me duele la espalda, tengo sed, tengo calor. Practico un sub-oficio,
soy un sub-hombre”. Continúa y ve más lejos a otro hombre que pica
piedras y que no se ve tan mal. “¿Señor, qué hace?” – “Gano mi vida. Pico
piedra, no he encontrado otro oficio para alimentar a mi familia, estoy
contento de tener éste”. El peregrino continúa su camino y se aproxima a un tercer
picapedrero que se muestra radiante y sonriente y le hace la misma pregunta, y
este responde: “yo señor, construyo una catedral”.
El hecho es el
mismo, la atribución de sentido es completamente diferente. Cuando se tiene una
catedral en la cabeza, no se pica piedra de la misma manera.
El estilo atribucional modula el
desamparo aprendido. Esto significa que cuando más pesimistas y extremistas
sean las cosas que nos decimos, como le ocurre al primer picapedrero, más
desamparados e indefensos nos sentiremos y actuaremos de acuerdo a ello.
El estilo
atribucional positivo del tercer picapedrero minimiza el impacto de las desgracias,
por supuesto que se ha encontrado o se encontrará con adversidades que pueden
desbaratar su vida, sin embargo será capaz no sólo de adaptarse, sino de
avanzar y de salir fortalecido de dicha desgracia pues es una persona
resistente, un individuo que ha desarrollado su resiliencia, que es precisamente eso, la capacidad de
adaptación a las adversidades de la vida, de avanzar y fortalecerse. Y no
sólo eso, sino que probablemente nuestro “picapedrero positivo” considerará que
el control está en sus manos (será él quién construya una catedral); lo que le
movilizará para el cambio de forma segura y eficaz y le hará resiliente ya que ubicar el centro de
control dentro de uno mismo evita que respondamos a las adversidades con
pasividad y resignación pues el responsable de lo que está pasando será uno
mismo y, por tanto, el único que podrá cambiarlo será la propia persona y no
esperará a factores externos que puede que no lleguen nunca.
Por
ello, la resiliencia resulta algo fundamental en cualquier persona, ahora y
antes, pues éste no es un concepto novedoso; de manera que cada vez que
encontremos un obstáculo, sepamos deformarnos como un muelle, para después
volver a la forma original e incluso ir más allá y convertir una desgracia en un
acontecimiento afortunado que cambia tu vida de una forma extraordinaria que
nunca imaginaste. No sólo la supera, tu vida es mejor que antes. Para ello no
debemos perder nuestro objetivo, tal y como hacía el segundo y el último
picapedrero, tener un autoconcepto descriptivo y no basado en el cargo que se
ostente o en la fuerza, dinero o amigos que se tiene y saber que sólo nosotros
mismos seremos quien podemos cambiar las circunstancias que se nos dan en la
vida.
Si nos toca picar piedras,
¡que por lo menos sea para construir una catedral!