“La prisa y la rutina, las urgencias y la presión deben indicarte que lo importante es mantener la calma, para estar consciente al resolver problemas y tomar decisiones”. (Konosuke Matsushita)
“Esto es para ayer”, “Cómo no lo entreguemos a tiempo te vas a la calle”, “Hoy creo que voy a matar a alguien”, “El negocio se va a ir a pique”... Estas frases nos suenan a todos, y si a ti lector no te suenan deberías dar gracias, tienes una enorme suerte.
Cuando nuestro jefe hace comentarios como estos nos sentimos angustiados y torpes, empezamos a cometer errores que terminan dándole la razón, y la probabilidad de que la profecía sobre que nos vayamos a pique se cumpla, aumenta. Estas son las más que dudosas “ganancias” que obtendremos, al someter a presión y a prisas a las personas que dirigimos, si nuestro objetivo es la quiebra.
Estaréis pensando: “Éste no ha trabajado en su vida, las prisas son inevitables”. Mi respuesta es: Cierto que existen determinadas tareas que no queda más remedio que hacerlas bajo presión, pero lo que propongo es que las abordemos de una forma en la que no aumentemos la presión, sino que la disminuyamos.
Uno de los caminos es una adecuada gestión del tiempo; el otro, sobre el cual trata éste artículo, es una dirección con “calma para estar consciente al resolver problemas y tomar decisiones”.
Nuestra obligación como directivos o jefes de equipo no es otra que suministrar lo necesario a las personas que realizan el trabajo técnico, facilitándole lo más posible el desempeño de éste (recomendamos sobre este punto la lectura del libro La Paradoja de James C. Hunter).
Entre estos elementos necesarios que debemos suministrar se encuentra un elemento menos tangible, pero igual de importante que las máquinas, instrumental y demás materiales. Este elemento no es otra cosa que la TRANQUILIDAD.
La imagen que da el líder del grupo es fundamental, sobre todo en los tiempos de “crisis”, ya que actúa como referente y termómetro de la situación en la que se encuentra el grupo y/o empresa, a la vez que como modelo de actuación.
Si el líder “pierde los papeles”, el resto del grupo sentirá el peligro como real, la ansiedad aumentará, y de todos es sabido, muchas veces por propia experiencia, que niveles altos de ansiedad provocan una mala ejecución. En cambio, si transmitimos serenidad, nuestro equipo percibirá que la situación es controlable y que con el esfuerzo de todos se solucionará el problema. De esta forma, la toma de decisiones por parte de cada uno de los miembros del grupo, en su propio nivel, será ajustada y efectiva. Sólo de esta forma, aunando buenas decisiones, se podrá hacer del trabajo urgente menos urgente, y de lo imposible algo posible.
El “contagio” de emociones, sobre todo en situaciones límite reales o en situaciones evaluadas como límites pese a no serlas, se hace visible de forma inmediata. La base de esto es el sesgo que hace nuestro cerebro, dando mayor importancia a los hechos negativos, ya que de este mecanismo, en ocasiones, depende nuestra supervivencia o por lo menos dependía en el tiempo en el que cazábamos bisontes, y no tanto mientras estamos sentados en la oficina.
Por este motivo los hechos negativos perduran más en la memoria y adquieren más importancia, llevándonos a obviar lo positivo que tenemos para abordar la situación. La evaluación de ésta será por tanto desajustada, y no ayudará a conseguir una buena solución.
Ejemplo de este “contagio emocional” es la facilidad con la que se expanden los rumores sobre despidos, cierres, etc. Tampoco os aconsejo gritar fuego en un centro comercial, a menos que queráis ver a una multitud presa del pánico; o decir en la cola del concierto del cantante de moda, ídolo de quinceañeras, que al final se ha suspendido (sin duda prefiero a la multitud del centro comercial).
Si no queréis que vuestro equipo de trabajo deje de ser un equipo para volverse una multitud, mi consejo es “Guarda la calma y busca la mejor solución”.
¿Y cómo se encuentra la tranquilidad? Existen diversas vías para ello, pero aquí vamos a dar unas pautas sencillas que pueden ayudarnos. Lo primero de todo, es necesario mirar el problema de frente, así podremos ‘gestionar’ la situación de una manera más eficaz. Después, nos deberemos hacer dos preguntas: ¿qué está sucediendo? (describiendo de forma objetiva lo que pasa) y ¿cómo me afecta? (evaluando las consecuencias). A partir de aquí, estaremos en mejor disposición para tomar una decisión adecuada y que nuestro equipo sepa actuar con más seguridad.
Me gustaría cerrar éste artículo con una cita atribuida a la escritora Marianne Williamson, y que espero haga reflexionar:
“No es atinado encogerse tanto que haga que los que están a tu alrededor se sientan inseguros”.
“Esto es para ayer”, “Cómo no lo entreguemos a tiempo te vas a la calle”, “Hoy creo que voy a matar a alguien”, “El negocio se va a ir a pique”... Estas frases nos suenan a todos, y si a ti lector no te suenan deberías dar gracias, tienes una enorme suerte.
Cuando nuestro jefe hace comentarios como estos nos sentimos angustiados y torpes, empezamos a cometer errores que terminan dándole la razón, y la probabilidad de que la profecía sobre que nos vayamos a pique se cumpla, aumenta. Estas son las más que dudosas “ganancias” que obtendremos, al someter a presión y a prisas a las personas que dirigimos, si nuestro objetivo es la quiebra.
Estaréis pensando: “Éste no ha trabajado en su vida, las prisas son inevitables”. Mi respuesta es: Cierto que existen determinadas tareas que no queda más remedio que hacerlas bajo presión, pero lo que propongo es que las abordemos de una forma en la que no aumentemos la presión, sino que la disminuyamos.
Uno de los caminos es una adecuada gestión del tiempo; el otro, sobre el cual trata éste artículo, es una dirección con “calma para estar consciente al resolver problemas y tomar decisiones”.
Nuestra obligación como directivos o jefes de equipo no es otra que suministrar lo necesario a las personas que realizan el trabajo técnico, facilitándole lo más posible el desempeño de éste (recomendamos sobre este punto la lectura del libro La Paradoja de James C. Hunter).
Entre estos elementos necesarios que debemos suministrar se encuentra un elemento menos tangible, pero igual de importante que las máquinas, instrumental y demás materiales. Este elemento no es otra cosa que la TRANQUILIDAD.
La imagen que da el líder del grupo es fundamental, sobre todo en los tiempos de “crisis”, ya que actúa como referente y termómetro de la situación en la que se encuentra el grupo y/o empresa, a la vez que como modelo de actuación.
Si el líder “pierde los papeles”, el resto del grupo sentirá el peligro como real, la ansiedad aumentará, y de todos es sabido, muchas veces por propia experiencia, que niveles altos de ansiedad provocan una mala ejecución. En cambio, si transmitimos serenidad, nuestro equipo percibirá que la situación es controlable y que con el esfuerzo de todos se solucionará el problema. De esta forma, la toma de decisiones por parte de cada uno de los miembros del grupo, en su propio nivel, será ajustada y efectiva. Sólo de esta forma, aunando buenas decisiones, se podrá hacer del trabajo urgente menos urgente, y de lo imposible algo posible.
El “contagio” de emociones, sobre todo en situaciones límite reales o en situaciones evaluadas como límites pese a no serlas, se hace visible de forma inmediata. La base de esto es el sesgo que hace nuestro cerebro, dando mayor importancia a los hechos negativos, ya que de este mecanismo, en ocasiones, depende nuestra supervivencia o por lo menos dependía en el tiempo en el que cazábamos bisontes, y no tanto mientras estamos sentados en la oficina.
Por este motivo los hechos negativos perduran más en la memoria y adquieren más importancia, llevándonos a obviar lo positivo que tenemos para abordar la situación. La evaluación de ésta será por tanto desajustada, y no ayudará a conseguir una buena solución.
Ejemplo de este “contagio emocional” es la facilidad con la que se expanden los rumores sobre despidos, cierres, etc. Tampoco os aconsejo gritar fuego en un centro comercial, a menos que queráis ver a una multitud presa del pánico; o decir en la cola del concierto del cantante de moda, ídolo de quinceañeras, que al final se ha suspendido (sin duda prefiero a la multitud del centro comercial).
Si no queréis que vuestro equipo de trabajo deje de ser un equipo para volverse una multitud, mi consejo es “Guarda la calma y busca la mejor solución”.
¿Y cómo se encuentra la tranquilidad? Existen diversas vías para ello, pero aquí vamos a dar unas pautas sencillas que pueden ayudarnos. Lo primero de todo, es necesario mirar el problema de frente, así podremos ‘gestionar’ la situación de una manera más eficaz. Después, nos deberemos hacer dos preguntas: ¿qué está sucediendo? (describiendo de forma objetiva lo que pasa) y ¿cómo me afecta? (evaluando las consecuencias). A partir de aquí, estaremos en mejor disposición para tomar una decisión adecuada y que nuestro equipo sepa actuar con más seguridad.
Me gustaría cerrar éste artículo con una cita atribuida a la escritora Marianne Williamson, y que espero haga reflexionar:
“No es atinado encogerse tanto que haga que los que están a tu alrededor se sientan inseguros”.